4 de agosto de 2008

Guerra de España

Este escrito, lo podrás leer en mi ya publicado libro.


Aquí irá el comentario de Clotilde Cruz Peña, al respecto de este escrito en particular de cómo se le ocurió, en qué momento, por qué razón, en fin, en plan anécdota que hace que este trabajo nos resulte más cercano al saber de antemano cuales fueron las circunstancias que la llevaron a ello.



GUERRA   DE   ESPAÑA

Guerra civil española,
quien no se acuerda de ella;
en el año treinta y seis
dolor, angustia, miseria.

Se oye pronunciar el nombre
de Casimiro y Corredera,
tirotean los falanges,
ya comienza la tragedia.

A la iglesia de Los Llanos
hasta incendiarla intentan
y la salvó de las llamas
el infeliz Corredera.

Tocan de noche en las puertas
asesinos imprudentes
y a la Sima de Jinámar
tiran a tanto inocente.

Campo de concentración
donde a tantos encerraron,
unos viven y otros mueren
a causa de malos tratos.

Miguel Peña y Pepe Hernández
juntos van para la guerra
con morral y cantimplora
y despedida lastimera.

Su abuela abraza a Miguel
con dolor, desesperada:
"¡Nieto, no te veo más,
estoy vieja y acabada!"

"¿Por qué no, abuela querida?",
le contestaba Miguel,
"esto muy pronto termina
y nos volveremos a ver".

Con lágrimas en sus ojos
juntos decían adiós.
¡Oh, qué triste despedida
y qué adiós tan lastimero!

Aquél fue su último adiós,
Pepe y Miguel no volvieron.
Miguel era legionario,
cruel destino le tocó,
y en la batalla del Ebro
Miguel desapareció.

Una apendicitis aguda
a Pepe le repetía
y en esa tierra africana
terminaba su agonía.

Sólo nueve años tenía
y recuerdo esta tragedia.

A los diez y once años
nos quitan de las escuelas
para ir a trabajar
y no morir de miseria.

Allá por el treinta y nueve
ha terminado la guerra;
del cuarenta y dos al cuarenta y cinco
era mayor la tragedia:

nada había que comer,
sólo hambre, dolor, miseria.

Algo triste y doloroso
no haber que echarse a la boca,
para no morir de hambre
se comía cualquier cosa.

Platanitos sancochados,
coles y alguna batata,
y hasta gofio de algarroba,
con el que alguno estiró la pata.

Para el café no hay azúcar
y se tomaba amarguito
con una pasa en la boca
y endulzándolo un poquito,
poco a poco iba pasando
y así se mataba el vicio.

Cuatro años duró la guerra,
cinco sin llover ha estado,
todo parecía castigo
que el señor había mandado.

Entonces ya comenzaron
los productos requisados,
todo un día haciendo cola
y por cartillas racionados.

Ya más tarde apareció
lo que llaman estraperlo,
aceite y azúcar vendían
para hacer algún dinero,
el más pudiente freía
y el más pobre hace asadero.

Esto fue tan verdadero
que recordaremos siempre,
pero olvidemos el pasado
para vivir el presente.

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